El árbol de la suerte

Luego dicen que unos tienen suerte… Conozco la historia de primera mano y sigo pensando que unos tienen suerte y otros no. A ver al final, qué opinas tú.

Vivían dos vecinos en la misma urbanización y sus casas daban a la misma calle. Uno de ellos, Juan, tenía justo enfrente de su puerta un árbol más seco, pequeño y menos frondoso que el que le había tocado a su vecino, Pedro. Al principio los árboles siguieron el mismo desarrollo, pero conforme pasaron los años, las diferencias se marcaron en exceso.

 i_c0074-20110324134403

Cuando se veían y se saludaban, Juan miraba a Pedro con recelo e indignación. ¡¿Cómo era posible?! Pagaban los mismos impuestos y su árbol apenas le daba sombra en verano y sin embargo, el que tenía enfrente Pedro era una preciosidad y le caía una rama que él observaba cómo le protegía del sol en una mesa que estratégicamente había colocado debajo de éste.

Una mañana que el servicio municipal limpiaba las hojas y regaba los alcorques Juan estalló en quejas: deberían arreglar su árbol, estaba raquítico en comparación con el de su vecino y deberían ver a qué se debía. El funcionario lo miró extrañado y le señaló que no encontraba diferencia entre su árbol y los demás y que sí, que efectivamente el de su vecino Pedro sería de una clase distinta, o quizá se debía a la posición respecto del sol, o por alguna causa desconocida se encontraba en todo su esplendor.

Juan cayó en la cuenta de que era cierto, siempre se comparaba con el de Pedro porque lo tenía más cerca, pero si miraba el resto de la calle, no se diferenciaban del suyo. Inexplicablemente, este hecho le consoló y de sentirse molesto por ello, se reconfortó pensando que a los demás le pasaba lo mismo y que el árbol de Pedro era una de esas raras suertes que te cae en gracia.

Ya se le había olvidado esta rivalidad a Juan cuando una noche, como otras de tantas, escuchaba como Pedro abría la puerta de su casa, salía a la calle regaba el árbol y aprovechaba para sacar la basura.

—Oye, Pedro, tengo curiosidad en una cosa.

—Dime, Juan—le contestó mientras todavía andaba manguera en mano.

—¿Cómo haces para que no se cuelen las hojas en otoño en tu casa hasta que el maldito servicio municipal pase a limpiarlo?

No me acuerdo que le contestó, pero sigo pensando que Pedro tiene suerte y Juan no la conoce. Tiene suerte de pensar que si quiere algo (un árbol frondoso), ha de ir él a por ello (regarlo) si no se lo dan como quiere. ¿Qué opinas tú?