Dejar de sentir

Mira que todavía lo escucho a menudo: yo en el trabajo no siento, dejo las emociones a un lado. ¡Ay qué susto, otro replicante! ¿Cómo se creen que lo pueden hacer? Vamos, si encuentran la fórmula que me avisen. Imagínate el chollazo, tienes ansiedad o te sientes preocupado o tristón por algo y ¡chas! te vas a trabajar y se te pasa todo. Como no sientes…

Que no nos demos cuenta de qué estamos sintiendo, estemos en el trabajo, en la calle o en un bar se debe a que no prestamos atención a esas emociones en ese preciso instante, pero no que no existan. Y es que sólo atendemos aquello que se vuelve significativo. Sólo aquello que se nos hace muy evidente parece ser digno de nuestra atención.

¿Y a qué solemos prestar más atención? A las mal llamadas “emociones negativas”. Sabemos que de 6 emociones básicas de las que derivan el resto, una como la sorpresa, es neutra (ni frio ni calor, es una emoción que nos deriva a otra), la «única positiva” la alegría, y el resto (asco, tristeza, miedo e ira) son las que tienen mala prensa.

Esa misma pregunta les hice el pasado viernes a futuros mediadores a los que formaba: ¿las emociones negativas están para fastidiarnos la vida? Se escuchaba a gritos lo que todos barruntaban y no se atrevían en voz muy alta a decir: pues sí, están para amargarnos la vida, para hacérnosla insoportable… Claro, si no sabemos qué hacer con lo que sentimos, es igual que si a un calvo le regalasen peines. Pero lo cierto es que nos las instalaron para algo. ¿Sabes para qué? ¡Venga ya! me niego a pensar que no sabes que llevas… ¿cuántos? ¿veinte, treinta, cuarenta o acaso cincuenta y tantos años sin saber para qué sientes lo que sientes?

Cuando las comprendes, dejas de verlas como enemigas, ya no son negativas, son desagradables, está bien, aceptemos eso, pero son necesarias para funcionar. El chiste está en que precisamos esas emociones para llegar a las agradables. Se dice, se comenta, se rumorea…. que apreciamos la belleza porque conocemos su opuesto, la fealdad, sabemos del amor porque sabemos del odio y la indiferencia, experimentamos satisfacción porque ya hemos estado en lo nefasto. ¿Y para ese viaje se necesitan esas alforjas? ¿No sería más fácil…?

Eso sí que es un problema, buscar siempre la facilidad de las situaciones, la comodidad, la estabilidad pacífica, la armonía conocida… Imagínate que no sintieras ese pellizco antes de afrontar una prueba tal como un examen, un juicio, una puesta en escena, una reunión importante o una exposición pública, por ejemplo; sin ese pellizco no estarías preparado para dar una pronta respuesta y esa «sensación desagradable» es la que puede conducirte al éxito si sabes hacer que juegue a tu favor.

Así que ya no las llamaremos emociones negativas, tan sólo incómodas aliadas, males necesarios, pero al fin y al cabo necesarias para obtener óptimos resultados, para superar obstáculos, para prepararnos ante la adversidad, para asumir logros, para… necesarias para nuestro trabajo diario ¿o no?